En las tradiciones de Jaén existen historias medio olvidadas realmente extrañas e inexplicables; y esta es una de ellas. También delirantes fantasías, similares a las de otros lugares, provenientes del pueblo. Y también historias que resultan tener explicaciones más que tangibles.
LOS FANTASMAS EN EL BARRIO DE LA MERCED
Hace algún tiempo, se comentaron las historias que habían corrido de boca en boca, en los años posteriores a la Guerra Civil, sobre los fantasmas o ensabanados de la Merced.
En esas noches de verano, en las que los críos permanecían en las calles hasta bien entrada la noche, veían escurrirse entre las esquinas sombras, ánimas, iluminados con un tétrico halo de luz, que atormentaban a todos los niños.
El caso es que al poco tiempo, otro vecino del barrio confirmó la historia.
Aquí se puede ver el barrio de la Merced. (Foto cortesía de yayyan.com) |
Estos son los fantasmas que los vecinos del barrio nos han relatado de su infancia:
EL MAESTRO TIJERAS
A principios del siglo XX, cuando algún afortunado tenía un ''ligue'' tenía que ingeniárselas para hacer las cosas a escondidas, pues esto sería peor que pecado.
Una táctica que solía servir, en complicidad con la ignorancia, el alumbrado del barrio y ese viento tan nuestro, era la de hacer como un fantasma, para el cual se preparaba una calabaza a la que se le hacían varios agujeros que serían ojos, boca y nariz. Se metía dentro una vela y se colocaba en la cabeza del pillastre, cubierto con una sábana blanca. En la noche, con tal atuendo y si se tenía a mano una cadena de perro, mucho mejor, el amador se echaba a la calle causando el pánico en el vecindario y lo que a esto le dejaba libree para ir a la casa de la amada. Claro que solía existir el peligro de tropezar con algún bravucón, de los que se hacen los valientes, que deshicieran aquel ''encantamiento'' de aquellos supuesto fantasmas; pero la idea consistía en ir armado, y así si alguien quería acabar con los fantasmas por las malas, pegarle un garrotazo y dejarlo fuera de la situación.
La solución que encontraron más eficaz para estos fantasmas fue la luz eléctrica, ya que despejaron de fantasmas todos los barrios.
Así fueron las cosas hasta que entrados en la tercera década del siglo XX, un vecino tuvo la suerte de dar con la horma de su zapato, en levitación de censuras.
Ella vivía en un callejón sin salida en el barrio de la Catedral, próximo a el barrio de la Iglesia de la Merced. El hombre era tan prudente que habiendo calculado las horas más idóneas para no llamar la atención, mantuvo varios años su ''ligue'' sin que trascendiera lo más mínimo.
Pero tal y como dice el refrán, ''No hay bien ni mal que cien años dure''. En Jaén había un sastre bastante conocido y muy trabajador, soltero altísimo de Nuestro Padre Jesús Nazareno, al cual rendía visita diariamente, bastante temprano y antes de empezar a trabajar.
En su taller se hacía tertulia casi permanente por parte de clientes
y amigos incondicionales. Como buen sastre manejaba unas descomunales tijeras,
las mayores que se hayan visto, y como era muy dado a criticar al prójimo,
mientras trazaba y cortaba con las tijeras de acero, le daba a la ''sinhueso'' que
era su tijera espiritual, de forma despiadada.
Por este motivo le apodaban ''El Maestro Tijeras'' y contaba con un coro que le alentaba y se encargaba de propagar a los cuatro vientos lo que el sastre había cortado en su mentidero particular.
No había secreto ni secretillo, sobre todo si era de faldas, del que el Maestro Tijeras no supiese hasta los más recónditos arcanos. Eso redundaba en que pasados algunos días, el asunto era del dominio público.
Las circunstancias son inescrutables. El hado anda suelto haciendo fechorías y una fuerza magnética sutil, pero potente, influye en la vida de los humanos superando las previsiones más acertadas, las estrategias mejor planeadas. Así, nuestro ligón prudente, del que hablábamos antes, una madrugada en la que salía de pasar la noche en la horma, disfrutando no sólo de la pareja si no también del secreto, se topó con el Maestro Tijeras, que se dirigía a la Merced, pero no por su camino habitual, sino dando un rodeo que le obligaba a pasar por la bocacalle en que anidaba el pecado.
Cuando el empecatado quiso percibiese ya era tarde para ocultarse. Desolado y sin capa, pues era verano, miró al fondo, a la izquierda y derecha, tratando de disimular en algún hueco, de ouerta o ventana.
Hubiera dado lo que le pidiesen por que la tierra le tragara, como se dice en estos casos.
El ligón y el despellejador se quedaron frente a frente, y mientras este se daba con retintín los buenos días, el otro sólo acertó a decir horrorizado: ''¡Atiza, el sastre!''.
No hay comentarios:
Publicar un comentario